abril 11, 2012

TITANIC, NO SON CIEN AÑOS


Fue ayer, es hoy y será mañana.
Ayer fueron el Titanic, el Princesa Mafalda y el Costa Concordia, hoy es Grecia, España y Argentina, mañana serán…
Todos unidos por el cabo de la imprevisión, la soberbia y la especulación
Buques o países, no hay diferencia; ambos navegan mares borrascosos llevando a bordo tripulantes improvisados y pasajeros ingenuos engatusados por proyectos políticos, económicos y sociales fantásticos. En unos hacen turismo y pasean en otros es un viaje al futuro con todos los derechos, lujos y garantías!
El artículo que cito es impecable solo reparar en la terminología: los insumergibles de ayer hoy están blindados contra toda contingencia; los “fondos anticrisis de rescate” son los modernos botes salvavidas que nunca alcanzan.
Para mayor coincidencia, en los transatlánticos de ayer convivieron en el mismo instante y lugar actos supremos de heroísmo y entrega al prójimo con lo más rastrero e infame de los seres humanos; nada distinto del aquí y ahora.
Como es mejor beber de las fuentes sigámoslo a Arturo Pérez Reverte.
Ignoro si les pasa a ustedes. A mí, aquella tragedia me trae a la cabeza naufragios y desastres más recientes. Y como ese Destino al que mencionaba antes no tiene sentimientos y le gustan las paradojas, y por otra parte soy de los que imaginan a una especie de dios borracho, o bromista cósmico, tronchándose de risa con los afanes de las miserables hormigas que corremos bajo su bota, la coincidencia de fechas entre el aniversario del Titanic y la que está cayendo no me parece casual. Por el contrario, creo que todo responde al mismo plan. A la naturaleza de las cosas. A la misma estupidez colectiva que ahora ocupa el lugar de la inteligencia y el ingenio que durante siglos nos hicieron progresar y ser mejores, hasta que dejamos de serlo.

No sé si consigo explicarme. Consideren lo que el Titanic simboliza hoy. Las tripas del asunto. Dejen de lado la parte sentimental, si pueden. La compasión natural por las víctimas, las emociones y otros elementos perturbadores del buen juicio. Mírenlo con objetividad fría, como nos mira ese bromista al que me referí antes. Dos mil y pico infelices, desde sofisticados millonarios a emigrantes pobres como ratas, que confiando en la publicidad de la compañía White Star, que califica su barco de insumergible, se instalan alegremente a bordo de un artefacto de acero que pesa 45.000 toneladas, y cuya tendencia natural, si algo falla en la técnica -y la técnica puede fallar siempre-, será irse al fondo por su propio peso. Y no contentos con tentar a la suerte de tal manera, esos pasajeros confían sus vidas a una tripulación en la que los marinos auténticos son minoría. A un sindicato -así los llamó Joseph Conrad- de cocineros, mayordomos y camareros más dedicados al confort del pasaje, a que éste coma bien, duerma cómodo y se divierta, que a la navegación profesional propiamente dicha. Ahora, como guinda del pastel, añadan a eso una compañía naviera dispuesta a hacerse a toda costa con los récords de navegación y los beneficios que ese primer viaje puede traer en cuanto a promoción y venta de pasajes en el futuro. Con lo que tenemos, resumiendo la cosa, un artefacto monstruoso, hijo de la ambición y la arrogancia, lleno de incautos y gobernado por irresponsables, lanzado a veintiuna millas por hora en llena noche atlántica, a través de un mar lleno de icebergs. O sea: bingo.
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